El aumento en el precio de los alimentos: crisis u oportunidad
De FUNDACION ICBC | Biblioteca Virtual
Alvaro Ramos, Letras Internacionales, ORT Uruguay, 30 de agosto de 2012
PARTE 1
Hace algunos años atrás con motivo de un posible TLC entre los Estados Unidos y Uruguay, el entonces Presidente Tabaré Vázquez, expresó a los periodistas un concepto metafórico que podría expresarse como que “el tren pasa una sola vez y el no subirse al mismo implica perder definitivamente una oportunidad”. Se refería entonces a que las oportunidades, la mayoría de las veces se presentan en forma imprevista, en un momento dado y que en general es inteligente no dejarlas pasar, en cuanto éstas permitirían mejorar nuestra situación. La firma de un TLC entre dos economías tan asimétricas como la de Estados Unidos y la de Uruguay, quizás no sea un tema de apresuramientos tan claros, aunque sin duda uno intuye que la posibilidad de acceso irrestricto de los productos y servicios uruguayos a un mercado infinito para la oferta nacional, seguramente tendría un efecto más que benéfico para la economía general del país, para el empleo, para sus empresas y en general para la gente a través de nuevas oportunidades de mercado, sustento para un crecimiento sostenido de la economía. Pero también es cierto que en la vida, en los negocios y en la política, nada es gratis, y detrás de una apertura irrestricta al mercado norteamericano para las exportaciones de un país que, seguramente no haría mover ninguna aguja en los tableros de comando de la economía más poderosa del mundo, tendría sí condiciones de reciprocidad que podrían afectar negativamente a más de un sector no preparado para tomar el tren en marcha, por seguir con la misma metáfora. Quizás condiciones en materia de propiedad intelectual y patentes podrían en el futuro (hipotéticamente) limitar o condicionar el desarrollo tecnológico de nuevos productos o servicios basados en nuestras capacidades C&T. Solo por poner un ejemplo.
De todas maneras el tren pasó, en esa oportunidad, no lo tomamos. Más relevante es hoy la reflexión a la luz de las actuales circunstancias de nuestro descarrilado tren regional mercosuriano.
Aumento en el precio de los alimentos – una cuestión de enfoque
Bien, hecho este introito de ferroviaria metáfora, quisiéramos poner en evidencia que hay otro tren que está pasando frente a nuestras narices desde hace prácticamente 10 años. El aumento sostenido del precio de los alimentos - que nosotros exportamos al mundo - y que si bien le ha permitido al Uruguay beneficiarse ampliamente, y como nunca desde la Guerra de Corea, creciendo sostenidamente a tasas muy significativas y generando una bonanza generalizada, nos parece que como “oportunidad” no la estamos aprovechando en todo su potencial - no la hemos aprovechado en todo su potencial.
Tampoco estoy seguro que la sociedad uruguaya en su conjunto la valore apropiadamente. Entonces más allá de aumentar el consumo de electrodomésticos, autos, plasmas, celulares y tabletas o mantener políticas asistencialistas cuando los indicadores parecen no justificarlas o haciendo cada vez más rígido el mercado laboral, estemos efectivamente aprovechando la bonanza para construir más y mejores ventajas de competencia en mercados tan exigentes como cambiantes.
Con sorpresa hemos visto reiteradamente como en relativamente amplios ámbitos académicos, profesionales, periodísticos y políticos, se hace referencia a la “crisis derivada del aumento en el precio de los alimentos”.
Acabo de leer un “colgado” en un prestigioso suplemento agropecuario de un prestigioso diario nacional que decía con un tono de alarma: “la chacra uruguaya se tapizará con maíz y soja”. En otras ocasiones hemos escuchado foros, tertulias periodísticas y debates sobre la “ganadería arrinconada”. En otros momentos he escuchado mencionar con preocupación un fantasma de potencial escases de alimentos, inflación importada y dificultades para los sectores más vulnerables de la sociedad para alcanzar un nivel adecuado de seguridad alimentaria y nutricional en el Uruguay.
Vayamos por partes.
Para el Uruguay no hay crisis por esta razón. Para el Uruguay hay una enorme oportunidad.
Lo primero que hay que decir es que en el Uruguay (como en todos los países del cono sur de América), los problemas de inseguridad alimentaria no devienen de la falta de oferta, o de la falta de capacidad de los productores agropecuarios para ampliar la oferta de alimentos. En todo caso ésta deviene de la falta de ingresos, o de ingresos insuficientes, o de imperfectas políticas públicas de distribución de la renta o de seguridad alimentaria. No tenemos un problema de oferta, sino de capacidades de acceso a ella, en determinados sectores con alto grado de vulnerabilidad social.
Lo segundo a expresar es que la expansión de la agricultura ha llevado nuevas oportunidades y fuentes de trabajo, inversiones y crecimiento a muchos rincones del “Uruguay profundo” como nunca en la historia se había dado. Con una adecuada política de control en el uso y la conservación de los suelos, esto no debería alarmarnos.
La ganadería se potencia, complementa e integra hoy con la agricultura aumentando su productividad y eficiencia, derivado ello no solamente de cambios tecnológicos, de manejo y de gestión empresarial, sino de precios históricos tanto en la carne como en los granos. Hoy hay más empresas de servicios para producir y distribuir alimentos para el ganado, más inversión en equipos y logística al servicio de empresas ganaderas.
Yo no encuentro razón para llamar a esta realidad, de “crisis derivada del aumento del precio de los alimentos”.
Poner el tema en este “tono”, nos coloca paradojalmente en una situación en la cual, lejos de potenciarnos como país frente a una coyuntura favorable que lleva ya casi una década, tomamos la principal causa de nuestra bonanza económica y crecimiento, como un problema. Quizás esto refleje el ya tradicional desconocimiento que sobre la agropecuaria existe en la mayoría de los sectores sociales y urbanos del país. Especialmente sobre como es el agro uno de los principales (si no el principal) sustento de la economía uruguaya a través de la creación de riqueza genuina.
Tenemos todo para ganar como sociedad, si realmente hacemos las cosas bien y aprovechamos la bonanza para generar cambios estructurales que nos ayuden en la transición de ser un país que basa su inserción internacional en la producción de bienes con una alta utilización de sus recursos naturales, a ser un país que apoyado en sus recursos naturales exporta bienes y servicios, con una alta proporción de conocimiento y valor agregado. Cambios que a la vez permitan reducir sus costos internos, maximizar los factores logísticos y bajar los costos de transacción, colocando así su oferta lo más cerca posible del consumidor.
Tenemos todo para ganar si los decisores políticos y los empresarios entienden que sí es necesaria una intervención virtuosa del Estado a través de políticas públicas de calidad y excelencia, porque la excelencia no es solo una cuestión privada. Más y mejores políticas públicas que no interfieran con los mercados, sino que ayuden a construir capacidades institucionales, empresariales y sociales, y una competitividad real y efectiva.
Esto debería traducirse en un mayor fortalecimiento institucional y organizacional, más transparencia en el funcionamiento de los mercados y en la formación de precios, reducir el peso de las tarifas monopólicas y reducir los costos internos, mantener y recuperar suelos, (acertada política). Políticas para la construcción de capacidades y la generación de oportunidades y no para el asistencialismo. Un Estado con servicios de excelencia, por la excelencia de sus recursos humanos y sus inversiones tecnológicas y especialmente una institucionalidad pública valorizada a los ojos de actores económicos y sociales.
PARTE 2
La cuestión es ver si estamos dispuestos a revisar el rumbo de la política de inversión pública y construir verdaderamente nuevas ventajas competitivas que nos pongan a cubierto de cambios en la dirección de los mercados y de la volatilidad de los precios?
La cuestión es cómo desde una región y un país exportador neto de alimentos preservamos nuestro “capital” inigualable (gente, saberes, capacidades y recursos) y logramos conservar esta nueva relación creada en los últimos años en los términos de intercambio? Éstos dieron una verdadera “vuelta de campana” desde el 2004 en adelante y más allá de la volatilidad que ha caracterizado a la evolución de los precios, la tendencia en general ha sido al alza. La volatilidad en los precios ha estado y seguirá estando presente. Solamente hay que mirar hoy mismo el comportamiento de los mercados frente a las expectativas de malas cosechas en el hemisferio norte derivadas de la sequía en las zonas agrícolas de los Estados Unidos.
Para actuar en consecuencia preguntemos entonces qué factores causan o han estado detrás de estos aumentos y de esta volatilidad y si seguirán estando en el futuro cercano? La debilidad del dólar, las bajas tasas de interés, la operación de los fondos de inversión buscando refugio en los mercados a futuro de las commodities agrícolas, el aumento del precio del petróleo, los estímulos a la producción de biocombustibles, los eventos climáticos y sus shocks sobre la oferta. Qué de esto es aleatorio o permanece?
Vayamos por partes. Sabemos que hay factores que considerados más estructurales incidieron en el aumento sostenido de los precios de los alimentos. La demanda sostenida proveniente del Asia, las consecuencias del cambio climático y los acuerdos políticos a nivel internacional para mitigar sus efectos, la falta de stocks, la relativamente baja productividad agrícola en ciertos rubros claves para la provisión de proteínas, la consolidación de los biocombustibles como complemento al petróleo, la escases relativa de tierras con aptitud agrícola.
Cuántos de estos factores van a perdurar, es la pregunta pertinente y también por donde deberían ir las políticas públicas que aseguren un mejor aprovechamiento de la renta generada en los años de bonanza: (i) educación, capacitación, formación y entrenamiento en nuevas habilidades y destrezas laborales, para puestos de trabajo más calificados; (ii) inversiones en infraestructura de transporte multimodal y comunicaciones; (iii) construcción de capacidades, humanas, sociales e institucionales, para tener mejores empresas, organizaciones sociales y redes de estas y mejores instituciones públicas para competir en los mercados tanto por costos como por credibilidad; (iv) investigación C&T, capital de riesgo para nuevos negocios tecnológicos y (v) generar un ambiente favorable para la inversión productiva.
Ahora bien, seguramente la palabra clave en los próximos años, acompañando buenos precios en los alimentos y en los productos que exportamos será incertidumbre.
Un escenario probable es que finalmente el impacto de la crisis europea y la lenta recuperación de USA, afecte las economías de los países emergentes y por tanto frene el aumento de la demanda de commodities. Si a esto se le suma la crisis de gobernanza en el sistema comercial de los alimentos y el aumento del precio del dólar, no sería extraño notar una pérdida de confianza en los inversores, respecto del mercado de commodities y que éstos vuelvan a refugiarse en el dólar. Esto empujaría a la baja el precio de los productos agrícolas, aunque desde niveles superiores a los históricos y aún muy lejos del piso al que llegaron entre el 2000 y el 2004. Entonces podemos mirar el “vaso medio lleno” y pensar/actuar en el entendido que aún hay tiempo y hay oportunidades de mercado basadas en una demanda en expansión. Seguramente no tan expansiva como en los últimos dos años pero expansiva aún, basada en los factores más estructurales que permanezcan. Habrá que ajustar la estrategia, habrá que afinar los objetivos y habrá que lograr una mayor eficacia con la aplicación de las políticas y sus instrumentos con menos recursos.
Sin embargo ya vimos como las expectativas de una mala cosecha por las consecuencias de la sequía en los Estados Unidos a empujado el precio del maíz y la soja nuevamente a niveles históricos. Una vez más en un escenario de aumentos y precios tonificados, la volatilidad como factor de incertidumbre.
La respuesta inteligente es también, actuar por el lado de los costos (que también se disparan) y aplicar políticas públicas que den sustento a una competitividad generalizada en la producción agropecuaria y las cadenas agroindustriales.
Hay también un futuro particularmente auspicioso (aún en mercados menos expansivos) para la pequeña producción agropecuaria (lechería, ganadería de cría, pequeños agricultores asociados en cooperativas), si se inserta de alguna o de varias maneras en los mercados, proveyendo productos y/o servicios útiles a las cadenas de valor, de calidad adecuada a precios lógicos y con una oferta fiable y oportuna. Este posicionamiento es el que justifica las políticas diferenciadas para la agricultura familiar o pequeña producción agropecuaria y las inversiones por parte del Estado en la generación de nuevos y mejores bienes y servicios públicos, que le permitan construir capacidad de competencia.
Colofón
Las recetas y las políticas anticíclicas, no son de izquierda, ni de derecha y el riesgo de los populismos basados en el asistencialismo es la falta de sustento ético político y económico, ya que cuando cambia el viento y los recursos se acaban, los pocos que quedan se orientan hacia la auto – justificación y a lograr su perduración en el poder mediante el concurso de poderes tanto fácticos como económicos.
Por ello pensamos que el diálogo sobre políticas públicas entre gremiales empresariales, de productores agropecuarios, agricultores pequeños y familiares, y el gobierno es más necesario aún hoy en que los escenarios comerciales y de precios se mantienen tonificados, pero que al mismo tiempo presentan altas dosis de incertidumbre, tanto por el lado de la volatilidad en los precios, como por el lado del aumento de los costos, y también con recursos de inversión pública recortados.
El desafío de esta generación que goza de una nueva relación histórica en los “términos de intercambio comerciales”, es consolidar un país productor de alimentos, con nuevas ventajas de competencia que den sustento y viabilidad a más agricultores productores de alimentos.