Argentina y Estados Unidos en la Era Trump 2.0
De FUNDACION ICBC | Biblioteca Virtual
Julieta Zelicovich, El Diplo, Diciembre 2024
La primera presidencia de Donald Trump dejó profundas marcas en la economía y en la política internacionales. Con decisiones como la guerra comercial con China, los aranceles al acero y al aluminio y la renegociación del acuerdo de comercio con México y Canadá (USMCA), Trump pateó el tablero de las reglas internacionales y sentó las bases de un nuevo consenso en materia de política económica. Joseph Biden cuidó más las formas, pero mantuvo el fondo, ajustando una versión del America First al ideario demócrata. Las leyes de chips, que buscan reducir la dependencia en el área de los semiconductores, y de medidas antiinflacionarias son ejemplo de esta continuidad. Desde 2016, Estados Unidos es más proteccionista en materia de comercio e inversión internacional, se aleja de los ámbitos multilaterales y define a la competencia con China como el principal eje de su seguridad nacional.
En 2025, con la nueva presidencia de Trump, la apuesta se redobla y el sistema internacional cruje. Trump 2.0 tiene más poder que antes. En esta segunda administración tendrá el control de ambas Cámaras del Congreso, contará con respaldo popular, no enfrentará resistencias dentro del Partido Republicano, dispondrá de una mayoría conservadora en la Corte Suprema y, además, asumirá con experiencia en el funcionamiento del Estado.
Sin embargo, al mismo tiempo el mundo está mucho más preparado. Después de la experiencia anterior, las economías desarrolladas revisaron sus lineamientos de política económica para lidiar con las subas de aranceles, las disrupciones de las cadenas de valor y la competencia de potencias. Sin ir más lejos, entre 2017 y 2024 las restricciones a las importaciones de bienes aumentaron globalmente seis puntos porcentuales, llegando a 9,4% del volumen de comercio total, de acuerdo con la Organización Mundial del Comercio.
Probablemente por estas razones, la plataforma de campaña de Trump incluyó propuestas mucho más disruptivas que las del pasado. En materia económica la apuesta central es la suba de aranceles: Trump ha prometido implementar un arancel de entre 10% y 20% de forma horizontal para todos los bienes importados. Además, anunció aranceles del 60% para China, que podrían extenderse a empresas de capitales chinos que exportan desde otros países. Postula estos aranceles como un mecanismo eficiente para dinamizar la economía norteamericana, generar recursos fiscales y condicionar las políticas de otros países. Por ejemplo, Trump ha sugerido un arancel adicional del 25% para México, condicionado a la implementación por parte del país vecino de ciertas políticas migratorias, y ha puesto en cuestión los términos y las condiciones de la renegociación del USMCA, prevista para 2026. Estas medidas estarían acompañadas por una Ley de Comercio Recíproco, pensada bajo la lógica del ojo por ojo en la arena del comercio internacional.
Como complemento, Trump promete sostener el “compre americano” y el apoyo mediante subsidios a industrias estratégicas. En contraste, programas ligados a las metas de cambio climático, como la Ley de Reducción Inflacionaria (conocida como IRA, por su sigla en inglés) han sido cuestionados, generando dudas sobre su continuidad. Hay que recordar que, en su gestión anterior, Trump retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París.
En suma, el escenario Trump 2.0 implica más proteccionismo, menos inversiones externas, menos concesiones y más competencia. A nivel global se espera un menor apego a las reglas multilaterales. El regreso de Robert Lighthizer como el Representante de Comercio sugiere que es tiempo de halcones y que se esperan negociaciones duras, tanto con China como con los países aliados. Este es el contexto para entender cómo se desarrollará de ahora en más la relación con Argentina.
Los desafíos para Argentina
Estados Unidos es un socio clave de Argentina. En materia financiera, por su peso en la mesa del FMI. En materia comercial, por su relevancia en las exportaciones: Estados Unidos explica el 8% de las exportaciones de bienes de Argentina, incluyendo el 31% de las exportaciones de combustibles, el 62% de aluminio y manufacturas, el 24% de vino y el 19% de las exportaciones de preparaciones de frutas y hortalizas. Además, es el principal inversor en Argentina, con un stock de 23.901 millones de dólares de inversión directa en 2023, lo que representa 19% del total.
En contraste, Argentina es poco relevante para Washington: explica apenas el 0,18% del total de las importaciones de Estados Unidos. Esta vulnerabilidad puede plantear serios desafíos en los próximos años.
La suba de aranceles que promete Trump es una amenaza. En alimentos y maquinarias, ese 10% o 20% de arancel puede dejar a los productores argentinos fuera del mercado estadounidense. Más en general, las mayores restricciones en esta nueva era pueden generar una caída del comercio mundial, que repercutirá localmente en nuestra balanza comercial. La competencia entre países por la búsqueda de mercados que puedan suplir los flujos desplazados de Estados Unidos marcará un entorno internacional adverso para los productos argentinos. Por su parte, en el escenario financiero los efectos de un segundo gobierno de Trump pueden ser ambiguos. Se estima que las políticas arancelarias impulsarán una suba de la inflación norteamericana, llevando a que las tasas de interés de la FED se mantengan elevadas. Esto sería una mala noticia para Argentina, puesto que impactará sobre el costo de la deuda. En contraposición, una lectura más geopolítica del poder financiero indica que la afinidad entre Trump y Milei podría llevar a lograr condiciones más favorables en la renegociación con el FMI.
En 2018, el vínculo entre Macri y Trump no fue suficiente para que Argentina evitara la imposición de aranceles al acero y al aluminio.
La puesta en cuestión por parte de Trump de la agenda de cambio climático implica menos impulso a la transición energética, lo que podría demorar las inversiones previstas en minerales críticos y recursos alternativos. Litio e hidrógeno verde, dos sectores sobre los cuales Argentina había proyectado una expansión, podrían quedar relegados si Trump apuesta a las energías no renovables. Sin embargo, los factores geopolíticos obligan a matizar esta perspectiva, dado que Estados Unidos sigue buscando construir un liderazgo relevante en industrias estratégicas como autos eléctricos y los semiconductores.
Finalmente, la política exterior de Trump puede generar variaciones en los precios de los exportables argentinos, aunque el impacto es todavía incierto. Una posible finalización del conflicto en Ucrania y una profundización de la guerra en Medio Oriente impactarán en los precios de los cereales, los combustibles y el transporte, lo que también terminará afectando la balanza comercial argentina.
¿Make Argentina Great Again?
Desde la llegada de Milei al poder, la política exterior se ha ordenado en torno a la victoria de Trump. El Presidente anunció hace ya algunos meses una “alianza” potenciada con Washington y no ha ahorrado en gestos de acoplamiento intenso. Con la victoria del candidato republicano, llega el momento de verificar hasta qué punto las afinidades presidenciales redundan en intereses concretos en el vínculo bilateral. Si bien Trump y Milei comparten una serie de definiciones ideológicas, especialmente en lo que hace a la llamada “batalla cultural” o “agenda antiwoke”, tienen enfoques opuestos en política económica. El interés de Washington hacia Argentina es bajo. A pesar de las afinidades, la relación bilateral es compleja.
En este sentido, a la hora de evaluar cómo será el vínculo bilateral en esta etapa hay tres ejes a tener en cuenta: la reducción de las externalidades negativas, la capitalización de las oportunidades y el sostenimiento de las redes de cooperación construidas por décadas. En materia económica, el Make America Great Again no es Make Argentina Great Again. Hay externalidades negativas que Argentina debería contener. Trump no es un “libertario” en materia económica; es un nacionalista que reniega del libre comercio y de los marcos de las relaciones económicas internacionales basadas en reglas. Así, lo más esperable es que la discusión bilateral se termine focalizando en evitar una suba de aranceles para algunos de los productos argentinos más sensibles. En este contexto, cuesta imaginar un lugar para la propuesta de un acuerdo de libre comercio entre Argentina y Estados Unidos que Milei llevó a Mar-a-Lago.
La historia habla por sí misma. En 2018, el vínculo entre Macri y Trump no fue suficiente para que Argentina evitara la imposición inicial de aranceles al acero y al aluminio, obligando al gobierno a negociar su levantamiento. La historia podría repetirse. Un punto importante es que el gobierno de Milei hasta ahora ha enfrentado pocas instancias de negociación con Estados Unidos y ha encontrado más instancias de acoplamiento a las preferencias norteamericanas. Enfrentado con una lógica transaccional desde Estados Unidos y en una clara asimetría de poder, Milei deberá desarrollar una estrategia negociadora más dura –algo poco visto en este primer año de gobierno–.
El segundo eje es si el gobierno argentino logrará capitalizar las oportunidades que abre la victoria de Trump. Aun si la afinidad personal entre los presidentes termina teniendo un peso marginal en la mesa del FMI, cualquier tipo de ayuda en este aspecto resultará relevante para Argentina.
El aprovechamiento de oportunidades también incluye la mejora de las condiciones de acceso a mercados. Argentina tiene reclamos históricos en el sector de manufacturas de origen agrícola, que están sujetas a distintas trabas sanitarias y fitosanitarias por parte de Estados Unidos. Por ejemplo, la evaluación del país en el Análisis de Riesgo de Plagas que afecta a cítricos y otros productos. También cabe mencionar las medidas antidumping sobre los tubos petroleros que Argentina decidió reclamar a Estados Unidos ante la OMC. La afinidad personal se pondrá a prueba frente a los intereses estructurales en estos temas.
Hay también otras oportunidades, posibilitadas por la fragmentación geoeconómica y el traslado de comercio e inversiones desde China hacia países afines a Estados Unidos. Siguiendo el análisis publicado por la gerente del FMI, Gita Gopinath, los países que logren una política balanceada entre Washington y Beijing encontrarán mayores ventajas en ese escenario, posicionándose como “Estados conectores”. En ese marco, Argentina compite con los demás países de la región por un volumen de negocio aún limitado –en 2023 se redujeron las entradas de capital estadounidense en la mayoría de los países latinoamericanos–. Para capitalizar los flujos que circulan, Argentina necesita acuerdos focalizados que visibilicen al país como un lugar elegible para los programas de subsidios norteamericanos. Puesto que los acuerdos de libre comercio no parecen una opción en este segundo gobierno de Trump, otros instrumentos, como los acuerdos de cooperación asociados a cadenas de valor y facilitación del comercio, pueden ser buenos mecanismos.
Por último, la relación bilateral no debe relegar el sostenimiento de las redes de cooperación entre ambos países. Desde el regreso de la democracia, con matices en cada gobierno, fue consolidándose una agenda de cooperación bilateral en temas como no proliferación nuclear y desarrollo satelital, lucha contra el narcotráfico y terrorismo internacional, cooperación para la defensa y cooperación en derechos humanos y democracia. En 2016 ambos países firmaron un acuerdo marco de comercio e inversiones y, en los últimos meses, Argentina y Estados Unidos concluyeron un Memorándum de Entendimiento en materia de litio. Esta agenda debería continuar profundizándose.
Equilibrios
El gobierno de Milei deberá actuar con inteligencia en el balanceo del vínculo con Estados Unidos y China. Argentina ha adoptado un alineamiento intenso con Washington que, desde una lectura en clave de Guerra Fría, parte del supuesto de que Estados Unidos “castigaría” los vínculos económicos con China. Pero los estudios de las relaciones internacionales sugieren que esta interpretación es incorrecta.
Las medidas coercitivas son costosas para quien las aplica. Como suelen ser ineficaces cuando los países sancionados encuentran formas de mitigar los costos de las restricciones (por ejemplo, comerciando con otros Estados), su uso es menos frecuente de lo que se cree. Estas medidas se aplican principalmente para forzar cambios concretos en las políticas de países adversarios que representan riesgos para la seguridad o la reputación de Estados Unidos, y no ante cualquier escenario. En el caso de países aliados como Argentina predominan las amenazas sobre las sanciones reales. Frente a un acercamiento económico de Argentina con China, Washington tiende a optar por estrategias de persuasión más que por acciones punitivas.
Por este motivo, en la relación bilateral debe primar un juego de balanceos estratégicos que aproveche los matices del escenario internacional y que, sin cruzar las líneas rojas que marcan Washington y Beijing, logre mejores resultados para Argentina. Un alineamiento sobreactuado con alguna de estas potencias no nos llevará a ningún lado.