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Cambio climático: la cara "políticamente correcta" de la guerra energética

De FUNDACION ICBC | Biblioteca Virtual

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Fernando González Guyer, Letras Internacionales, ORT Uruguay, Año 4 N° 99, 12 de agosto de 2010

El fantasma del “peak oil” (el momento en que la producción mundial de petróleo llegue a su cenit y comience a declinar), el incremento del precio del crudo, la amenaza del “calentamiento global” y la proliferación de países productores “hostiles”, representan una severa amenaza a la “seguridad energética” de las potencias occidentales.

El mundo se encuentra en una verdadera encrucijada energética: no existen aún a la vista alternativas limpias y competitivas capaces de suplantar a los combustibles fósiles (carbón/gas/petróleo) para satisfacer las enormes necesidades del Siglo XXI (la China y la India han venido a agregarle al mundo algo así como un nuevo “piso”; asistimos a la emergencia de un nuevo y gigantesco vecindario planetario sediento de energía). Según algunos expertos (EPRI Report, 1988) aún maximizando todos los esfuerzos por desarrollar las energías renovables para el año 2050 éstas podrían llegar a cubrir apenas el 6% de la demanda mundial.

Esta acumulación de factores hace que el interés en las tecnologías energéticas sea hoy enorme, y sin duda habrá de aumentar en el futuro al impulso de los sustanciales apoyos gubernamentales destinados a la investigación y el desarrollo. Buena parte de esas inversiones están dirigidas a encontrar alternativas al petróleo. Sin embargo, el desafío no es meramente el de encontrar alternativas, sino el de encontrar alternativas que puedan competir con el petróleo al precio y a la escala masiva que requiere el mundo del futuro.

¿Cuáles serán esas alternativas? ¿Llegarán a tiempo? A decir verdad: aún no lo sabemos. Apenas si se pueden aventurar al respecto una serie de especulaciones más o menos informadas o “inteligentes”. Algunas soluciones vendrán por el lado de la “oferta” (energías limpias y baratas), otras del lado de la “demanda” (la conservación y la eficiencia energética).

Las plantas nucleares son extremadamente caras y requieren de un largo periodo de construcción, pero sus costos tienden a reducirse con el tiempo. La disponibilidad de reactores avanzados más eficientes y seguros de tercera o cuarta generación (o los reactores modulares de pequeña escala), y los crecientes temores en torno al cambio climático, son ambos factores que contribuirán a un vigoroso resurgimiento de la energía nuclear en las próximas décadas. Las técnicas de re-procesamiento del combustible nuclear podrían incluso extender la disponibilidad de combustible nuclear por cientos de años.

La deposición final de los residuos radioactivos sigue siendo uno de los debates más candentes entre los enemigos y los defensores de la energía de fisión nuclear. Hay sin embargo un aspecto en el que tanto críticos como propulsores están de acuerdo: las plantas nucleares producen electricidad con pocas o nulas emisiones de gases de efecto invernadero.

“La energía nuclear podría ser precisamente la fuente energética capaz de salvar a nuestro planeta de otro posible desastre: el cambio climático catastrófico”, escribía para gran escándalo de la comunidad ambientalista uno de los fundadores de Greenpeace Internacional, el canadiense Patrick Moore en el Washington Post (Going Nuclear, abril de 2006). “Mírenlo de esta manera,” agregaba: “Más de 600 plantas alimentadas con carbón producen el 36% de las emisiones de los EEUU –o cerca del 10% de las emisiones globales- de CO2, el principal gas de efecto invernadero responsable del calentamiento global. La energía nuclear es la única fuente de energía a gran escala y efectiva desde el punto de vista del costo que puede reducir las emisiones mientras continúa satisfaciendo una creciente demanda de energía. Y actualmente lo puede hacer con seguridad”.

En el mismo sentido se manifestaba en 2007 James Lovelock, gran gurú del ecologismo (padre de la hipótesis de Gaia), cuando escribía: “El concepto de energías renovables suena bien, pero hasta ahora son poco eficaces y muy caras. Tienen futuro, pero no tenemos tiempo para experimentar con ellas: la civilización se enfrenta a un peligro inminente y tiene que recurrir a la energía nuclear o resignarse a sufrir el castigo que pronto le infligirá el planeta indignado… Debemos vencer el miedo y aceptar la energía nuclear como una fuente de energía segura y probada que causa prejuicios mínimos a escala global” (La venganza de la Tierra).

Pareciera, en efecto, que sólo el espectro del “calentamiento global” (el “cambio climático”) será capaz, a la larga, de vencer las desconfianzas y las resistencias que despierta la energía nuclear en la opinión pública y en el movimiento ambientalista. La energía nuclear aparece como “el mal menor” ante la perspectiva de un futuro apocalíptico derivado del uso continuado y creciente de los combustibles fósiles.

En febrero de este año el presidente Barack Obama declaró que las plantas nucleares nuevas y seguras son una “necesidad” para los EEUU, y anunció masivos apoyos financieros para la construcción de la primera planta de ese tipo en tres décadas. Y además anunció que “esto es solo el comienzo” (actualmente 104 plantas atómicas satisfacen el 20% de las necesidades energéticas de los EEUU).

Es probable que el derrame en el Golfo de México –la mayor catástrofe ecológica en la historia de los EEUU- contribuya a acrecentar la “mala fama del petróleo”, y venga a dar un impulso adicional a los esfuerzos por imponer la energía nuclear como la alternativa preferida para a “des-carbonizar” la economía americana en las próximos años.

En materia energética asistimos en el mundo a un “revival” nuclear. Diversos países que, como los Estados Unidos, habían congelado sus programas nucleares, los están reactivando: Francia, Finlandia, Brasil y el Reino Unido anunciaron sendos programas para nuevas centrales nucleares que ya comenzaron a construirse. En este momento se construyen más de 50 plantas en 13 países. China, que posee unas 33 centrales nucleares (11 operando y 22 en construcción), planea –como mínimo- cuadruplicar su capacidad nuclear para 2020.

Cambio Climático: La otra historia

Si fuera cierto, como acostumbraba sentenciar A. Methol, que “los orígenes determinan” –para a continuación adentrarse en meticulosas recapitulaciones históricas respecto a los hechos que analizaba-, entonces no estará de más echar un vistazo a los verdaderos orígenes de este “problema”.

En honor a la verdad histórica corresponde decir que el “cambio climático” y el “calentamiento global” no tienen, como generalmente se cree, un padre que se llama Al Gore (Una verdad incómoda, de 2006) sino una madre que se llama Margaret Thatcher (Conferencia ante la Royal Society de 1988: ver aquí ).

Fue Margaret Thatcher –casi diez años antes que Al Gore- la primera líder mundial en alertar sobre los peligros del “calentamiento global producidos por el hombre”. En la citada conferencia en la Royal Society expuso ante la comunidad científica su principal motivo de preocupación: “el incremento de los gases de efecto invernadero –dióxido de carbono, metano y los CFC’s- que nos induce a temer que estamos creando una retención global de calor que podría conducir a una inestabilidad climática. Se nos indica que un efecto de calentamiento de 1º C por década excedería ampliamente la capacidad de adaptación de nuestro hábitat natural. Un tal calentamiento podría causar el acelerado derretimiento de los hielos glaciales y producir un aumento del nivel del mar de varios pies a lo largo del próximo siglo…”

La primer ministro, con la autoridad adicional que le confería su condición de graduada en química (y el “efecto invernadero” es básicamente una alteración en la química atmosférica…), asesorada por Sir Crispin Tickell – el entonces embajador británico en Naciones Unidas y autor del libro Climatic Change and World Affaires /1977- y por John Houghton –Director de la Oficina Meteorológica-, realizó una serie de famosos discursos en su propio país y ante los organismos internacionales llamando a una acción urgente contra el cambio climático (ver, por ejemplo, su discurso ante la Segunda Conferencia Mundial sobre el Clima, Ginebra, noviembre de 1990 aquí).

Así fue que bajo su gobierno (1979–1990) el Reino Unido se convirtió en el principal promotor de la creación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU (IPCC), y comprometió generosos fondos para la creación del Hadley Center que fue inaugurado por la propia Margaret Thatcher en 1990 y es desde entonces una autoridad mundial en materia de “calentamiento global de origen antropogénico”.

El Hadley Center se vinculó luego con la Unidad de Investigación Climática de la Universidad de East Anglia (CRU) para convertirse en custodio de las más reputadas mediciones mundiales de la temperatura (junto con la NOAA / National Oceanographic and Atmospheric Administration de los EEUU). Esta Unidad (CRU) constituyó el “núcleo central” desde donde se propagó en la década de los 90’ la alarma mundial sobre el “calentamiento global”. Esto sigue siendo así hasta el día de hoy gracias –entre otras cosas- al rol decisivo de Houghton (ahora Sir John) en la edición de los tres primeros informes-mamut del IPCC (1990, 1995, 2001) que le otorgaron a dicho organismo de la ONU una autoridad suprema en la materia.

Sir Houghton (cercano colaborador de la señora Thatcher) recibió junto a Al Gore el Premio Nobel de la Paz que le fuera otorgado al IPCC en diciembre de 2007.

El escándalo del “Climategate” (la publicación en vísperas de la Conferencia de Copenhague 2009 de miles de mails hackeados conteniendo intercambios entre investigadores que sembraron serias dudas acerca de de la transparencia y la fiabilidad de la ciencia climática que sustenta todas las negociaciones internacionales sobre cambios climáticos), se originó precisamente en CRU de la Universidad de East Anglia.

El gobierno conservador de Edward Heath había caído en 1974 como consecuencia de una violenta y devastadora huelga en las minas de carbón, y otra gran huelga se produjo durante el mandato de Margaret Thatcher.

La “Dama de Hierro” estaba determinada a acabar con el sindicato minero -uno de cuyos pilares eran los mineros del carbón organizados en la poderosa NUM / National Union of Mineworkers-, y a alejar definitivamente a su país del carbón como fuente principal de energía. Y lo cierto es que lo logró: la fuerza de la NUM fue liquidada para siempre y el lugar que ocupaba el carbón en la matriz energética del Reino Unido se redujo drásticamente.

Desconfiando además de los países del Medio Oriente como abastecedores seguros de petróleo, ella adoptó la decisión de encaminar decisivamente al Reino Unido hacia el uso de la energía nuclear.

Fue en este contexto preciso que muchos millones de dólares gubernamentales se canalizaron durante la “era-Thatcher” hacia la Nacional Academy of Science destinados a producir resultados científicos específicos que cimentaran la teoría del “calentamiento global” y las preocupaciones en torno al CO2 como amenaza al medio ambiente global y la estabilidad del clima. La creciente alarma generada en torno al tema, y los torrentes de dólares que comenzaron a fluir en aquellos años hacia la climate science no hizo más que acrecentarse en la década siguiente, primero en el Reino Unido, y luego en el resto de Europa y los EEUU.

Esta fue la “semilla” de la industria científico-mediática del Calentamiento Global a cuya eclosión asistimos en la última década, y en el origen de esta historia se encuentra –omnipresente- la figura “pionera” de la Dama de Hierro. Ella y no otro es la madre de esta criatura. Su motivación principal fue claramente política, y fueron sus preocupaciones en torno a la “seguridad energética” del Reino Unido las que actuaron como el motor de fondo de toda esta historia desde sus orígenes, hace unos 25 años aproximadamente.


Teniendo en cuenta estos muy sugestivos antecedentes -convenientemente ignorados por aquellos que creen defender una causa de inobjetables prosapias “progresistas”-, parece evidente que la amenaza del cambio climático se ha convertido en un argumento extremadamente útil y funcional tanto en la guerra contra la dependencia del petróleo como para los defensores de la “alternativa nuclear”.

El "renacimiento nuclear" llega de la mano de la amenaza del “cambio climático” (“la mayor amenaza que la humanidad haya nunca enfrentado…”, según Al Gore / 2009).

Existen muy buenas razones para sospechar que “la guerra contra el cambio climático” (y la consiguiente decisión de des-carbonizar las economías) enmascara en realidad –y a nivel de muchos gobiernos- una “guerra por la energía” (por la seguridad y la independencia energética) en la que se encuentran embarcadas las grandes potencias industriales en los albores del Siglo XXI.

El Cambio Climático es la otra cara de esa misma guerra: su cara “políticamente correcta”.

El autor es docente de la Universidad ORT, Uruguay y miembro del Consejo Uruguayo para las Relaciones Internacionales (CURI)

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