El tamaño de la mesa
De FUNDACION ICBC | Biblioteca Virtual
Félix Peña, El Cronista Comercial, 16 de noviembre de 2010
Las nuevas realidades del poder global tardarán en decantarse. Sólo entonces se podrá saber cuál es el número que se agrega a la letra G, a fin de calibrar un ámbito institucional con suficiente masa crítica para traducir decisiones en hechos concretos. Lo dijimos en esta misma columna en febrero del año pasado. Sigue siendo válido hoy y probablemente lo será por un cierto tiempo. Lo puso en evidencia la Cumbre del G20 en Seúl y todo indica que también lo pondrá la Cumbre de Cambio Climático en Cancún.
Concretamente el problema es saber cuál es el tamaño de la mesa de los convidados. Esto es, cuántos y cuáles son los países que reunidos pueden impulsar decisiones que penetren en la realidad sobre cuestiones de la agenda global que, por su naturaleza y alcance, requieren respuestas también de alcance global. Se sabe que dos serían pocos, por más grandes y poderosos que sean. Los países del G8 no eran suficientes. Los 172 de Naciones Unidas o los 153 de la Organización Mundial del Comercio, serían muchos. No habría mesa para acomodarlos ni posibilidad de conversar con franqueza. De allí que se recurriera al G20, mecanismo de trabajo que existía y que reunía –hasta entonces- sólo a autoridades financieras y monetarias. Pero en realidad, la foto de la Cumbre de Seúl reunió a casi 40 participantes, incluyendo los miembros del G20, los que consideran que deben estar y logran ser invitados, y las cabezas de los principales organismos económicos internacionales.
Lo concreto es que hacia el futuro crecen dudas sobre la composición y eficacia del actual G20. Hay sugerencias de reformas que incluyen criterios para su integración. Se sabe que no puede pretender ser el embrión de un gobierno mundial. Sería suficiente, por el contrario, que pudiera constituirse en un ámbito informal pero de alto nivel político, del cuál surjan impulsos efectivos para encarar cuestiones relevantes de la agenda global. Aún no lo es.
Tres parecen ser las principales insuficiencias del actual G20. Una es la de su legitimidad y, por lo tanto, la de aquello que se decide. No necesariamente quienes quedan fuera de su mesa le reconocen autoridad para traducir eventuales consensos en algo que efectivamente se tendrá que cumplir. Y precisamente esa es su segunda insuficiencia. Si bien suman poder relativo, no alcanzan a reunir masa crítica como para, por ejemplo, impulsar acuerdos sobre cambio climático, sobre la Rueda Doha o, lo que parece prioritario en las actuales circunstancias económicas internacionales, para convencer a los mercados que las tendencias a la denominada “guerra comercial” –resultante de una peligrosa mezcla de políticas cambiarias, disparidades macro-económicas e innovadoras prácticas proteccionistas- serán al menos atenuadas. Y la tercera insuficiencia es la de proximidad en visiones, intereses, expectativas e incluso, emociones que despiertan los actuales desplazamientos del poder mundial. Los tiempos de los distintos protagonistas no son similares. Unos juegan con el futuro y consideran que éste los favorece. Otros observan que un pasado que entienden brillante comienza a diluirse. Y no necesariamente lo aceptan.
Argentina y Brasil son los dos países sudamericanos que participan en el G20. Ambos saben que tienen futuro. Coinciden con el objetivo fortalecer un mecanismo informal que permita a los principales líderes políticos, intercambiar ideas y acordar líneas de acción a fin de aspirar a lograr una razonable gobernabilidad global.
Quizás su principal contribución al futuro del G20 sea entonces demostrar que en su mesa, hablan por América del Sur. No es fácil. Pero vale la pena intentarlo. Si lo mismo ocurriera con las otras regiones –no es así aún en el caso europeo- la mesa del G20 podría sumar legitimidad y eficacia a la que le aportan –por su innegable dimensión y poder relativo- los países del G2.