20 años de integración
De FUNDACION ICBC | Biblioteca Virtual
La Nación, Suplemento de Comercio Exterior, 29 de marzo de 2011
Un futuro incierto
Los 20 años que el Mercosur cumplió el sábado último están atravesados por optimismo, esperanza, desconfianza, temores, rivalidades y alianzas coyunturales. ¿Y el futuro?
"La evolución para los próximos años es aún incierta. El comercio internacional se repuso tras la crisis y el Mercosur logró volver a insertarse con éxito. Pero queda planteada aún la duda de si el comercio intrazona, creciendo a las tasas moderadas actuales, podrá recomponer la participación que registraba a fines de los 90. Otro punto a considerar es la disminución del superávit que se mantiene, exceptuando 2009, desde 2007. Por lo pronto, las importaciones crecen a un ritmo que casi duplica el crecimiento de las exportaciones."
La definición es parte de las conclusiones de un estudio especial que la consultora Abeceb.com hizo para LA NACION.
El 26 de marzo de 1991, la Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay suscribieron el Tratado de Asunción y nació así el Mercado Común del Sur, que obtendría su estructura institucional y personería jurídica en 1994, con el Protocolo de Ouro Preto.
Desde su creación el bloque se configuró como una plataforma de lanzamiento de los países al resto del mundo, pero a poco de caminar, encontró dificultades para movilizar su agenda externa de negociaciones como consecuencia de la permanencia de deficiencias en la integración, los objetivos divergentes, demandas sectoriales y las asimetrías de incentivos.
En el análisis hecho por Abeceb.com se dice que, como muestra de esa dificultad, desde la década pasada, sólo se concretó un tratado de libre comercio con el Israel y otro con Egipto. Sin duda -continúa- el avance más relevante en términos bilaterales ha sido la reactivación de las negociaciones por un acuerdo de asociación con la Unión Europea, el año pasado.
La crisis mundial y el estancamiento de la Ronda Doha empujan las negociaciones comerciales fuera de la arena multilateral generando una tendencia por parte de los distintos países a cerrar acuerdos de tipo bilateral. La capacidad del bloque de poder consensuar acuerdos con otras regiones es de vital importancia en el contexto actual de manera de no quedar fuera de las preferencias pactadas en las negociaciones extrarregionales.
Durante los primeros años se produjeron importantes ganancias para todos los países, tanto en términos de reducción de los indicadores de pobreza, como en crecimiento del PIB, inversión, ingreso per cápita y comercio intrazona. Sin embargo, a la postre se vería que la buena coyuntura de aquel entonces desvió el foco de atención impidiendo percibir un cúmulo de dificultades que permanecieron latentes: las imperfecciones de las que adolecía el Mercosur, y las diferencias en los modelos económicos aplicados por la Argentina y Brasil, que ahondaban la brecha de competitividad en la industria.
Viento de cola negativo
En tanto el contexto internacional continuó generando "viento de cola", no se prestó atención a las asimetrías de fondo de los países, pero cuando a partir de 1998 se produjo una secuencia de crisis repentinas en las economías del sudeste asiático, la incertidumbre y la desconfianza de los inversores se hicieron extensivas a todos los países emergentes.
El flujo de capitales externos se redujo sustancialmente y los países del bloque comenzaron a rivalizar por atraerlos hacia sí. Los recurrentes déficit de cuenta corriente comenzaron a hacerse insostenibles y se hizo inevitable la devaluación: primero Brasil y luego la Argentina.
La evolución del comercio intra y extrazona puede dividirse en cuatro etapas. La primera, desde 1991 hasta 1998. Este período se caracteriza por el creciente intercambio comercial entre los países miembro. Mientras que en 1990 el comercio intrazona sólo representaba el 9% de las exportaciones totales, en 1998, la cifra trepó al 25%.
Las economías del bloque se expandieron de forma generalizada: el PIB del bloque creció 384% y fue generalizada la afluencia de capitales de inversión, si bien se dirigieron principalmente a Brasil. No obstante, las importaciones desde fuera del bloque también mostraron un marcado crecimiento.
El inicio del segundo tramo se correspondió con un fenómeno exógeno al Mercosur, que no tardó en traducirse en recesión en las cuatro economías.
A mediados de 1997 el colapso de la moneda tailandesa precipitó la crisis financiera en varios países del sudeste asiático. Un año más tarde Rusia devaluaba el rublo.
Este marco internacional tuvo severas consecuencias sobre las economías emergentes, al minar la confianza de los inversores e introducir volatilidad en los mercados mundiales.
El período que se inició en 1999 se caracteriza por haber registrado una marcada caída en el comercio intrazona: de los US$ 20.508 millones que se exportaron en 1998 la cifra se redujo a US$ 10.214 en 2002.
La tercera fase se inicia en 2003 y se caracteriza por una participación del comercio intrazona que, si bien creció, lo hizo mucho más moderadamente que durante los primeros años.
Resulta imposible comprender esta tercera etapa sin tener en cuenta el nuevo rol de China en los mercados mundiales. En los años previos a su irrupción, el gigante asiático fue objeto de una transformación radical en su estructura productiva pasando de ser una economía agrícola y cerrada al mundo a constituir uno de los jugadores principales de la economía global.
En cuanto a las exportaciones extrazona, comenzaron a crecer a tasas de dos dígitos a partir de 2003, promediando una expansión del 20,5% anual hasta 2008. Las aspiraciones de integración del Mercosur han atravesado distintas etapas de madurez, signadas principalmente por la interacción de sus dos socios mayores. Las idas y vueltas en la relación bilateral fue el principal eje de conflicto que alimentó la dinámica del bloque. Desde un primer momento la voluntad de integración se encontró con diferencias estructurales y limitaciones por la desproporción de las escalas. La participación de Brasil en el PIB mundial, por ejemplo, era tres veces y media mayor al aporte argentino en 1990.
Sin embargo, industrialmente ambos países poseían una baja competitividad que no les permitía colocar sus productos de manera extensiva. Es por ello que inicialmente la estrategia compartida era la de generar un mercado mayor al que cada economía poseía por ese entonces, con vistas a crecer "hacia adentro" hasta obtener una competitividad que permitiera la inserción internacional de sus productos.
Durante esta primera etapa, el liderazgo del Mercosur fue compartido por Brasil y Argentina, situación que cambió radicalmente a lo largo de sus veinte años de vida.
La proyección internacional de Brasil precisa de la legitimación regional, cosa inconcebible hoy en día sin mantener un equilibrio con la Argentina, y es por ello que pese a las medidas de resguardo comercial locales, Brasil mantiene una posición de relativa tolerancia, en pos de conservar la armonía y el diálogo interno en la región, de la cual indudablemente hoy es líder.
La institucionalidad, el punto débil
Por Alejandro Perotti
Hace 20 años los presidentes de los Estados partes firmaban el Tratado de Asunción, piedra constitutiva del Mercosur, y lo hacían -declararon- "a fin de mejorar las condiciones de vida de sus habitantes" y "reafirmando su voluntad política de dejar establecidas las bases para una unión cada vez más estrecha entre sus pueblos".
Pese a las dificultades atravesadas desde entonces, aquel tratado contribuyó a cumplir en parte dichos objetivos.
El tratado ha creado una nueva forma de relacionamiento entre nuestros países y poblaciones, y ninguno de nuestros gobiernos ni los partidos políticos ilusiona un porvenir sin el Mercosur. También los poderes constituidos se han involucrado en la empresa regional.
El proceso de integración ha calado hondo en nuestras sociedades, y ha demostrado que el Mercosur no es de izquierda ni de derecha, pues durante los gobiernos de ambos signos se ha avanzado y superado crisis.
Internamente, ha implicado el mayor período de integración entre nuestros Estados, y en lo externo los ha dotado de una marca propia, forjados ambos aspectos a partir del descubrimiento de una identidad común de nuestros pueblos. El tratado ha provocado en la región una innegable estabilidad política, económica, social, jurídica, comercial e institucional; ha sido un ancla democrática insustituible. Los bienes circulan más libremente, pero también las personas han visto facilitados sus traslados intrazona.
Es cierto que el proceso no está exento de críticas. En ocasiones, escaso respaldo político, incumplimientos de lo acordado, bilateralismos frustrantes, unilateralismos injustificados, sometimiento al interés nacional y pequeños conflictos que mal resueltos se han transformado en importantes problemas; en otras, falta de permeabilidad a las demandas de las sociedades y escasa difusión del bloque entre la población.
Existe a su vez un punto débil, es la estructura institucional, caracterizada por un intergubernamentalismo poco responsable y eficaz, en el cual -a diferencia de cualquier otro modelo- el poder de algunos ámbitos estatales es omnicomprensivo. Carece el bloque -salvo por su tribunal- de cualquier espacio decisorio en el cual se defienda el interés regional; en esto repara -en gran medida- el germen de los males del Mercosur.
Por otro lado, estos años han demostrado -diferencia con Europa- la carencia absoluta de al menos un "político del Mercosur"; no existe una personalidad en los cuatro Estados que puede llevar dicho título.
Bien es cierto que en materia de integración no siempre lo ideal es lo posible; pero al mismo tiempo no es excusable que lo posible sea -generalmente- lo poco relevante. Los logros, fracasos, sacrificios y beneficios que todo proceso implica son directamente proporcionales al tamaño e importancia de los países. Los acuerdos alcanzados en 2010 en torno a la unión aduanera -en especial la aprobación del código respectivo- y a la creación de la Corte de Justicia ayudan a tener esperanzas en el futuro. Pero estas conquistas requerirán, sin dudas, que el apoyo político sea aún más decidido y que se dote al bloque de espacios decisorios independientes de los gobiernos. El éxito del Mercosur depende de ello.
Somos defensores absolutos del Mercosur porque su suceso y consolidación implica la de nuestros países. Es necesario "más" Mercosur, pero también "mejor". Debemos señalar, por último, que hasta el más escéptico del Mercosur no puede rebatir que, si estos años han sido difíciles para nuestros países, más lo hubieran sido sin el Mercosur.
El autor es abogado del estudio Alais & De Palacios
La mirada argentina - Tiempo de explorar lecciones
Por Félix Peña
La creación del Mercosur tuvo una fuerte impronta argentina. Al igual que en los casos de la Alalc (1960), la Aladi (1980) y la integración bilateral con Brasil (1985), nuestro país fue protagonista central en el impulso político y en el diseño de los instrumentos. Pero en todos ellos los acuerdos fundacionales fueron posibles especialmente por reflejar puntos de equilibrio entre visiones e intereses de Argentina y Brasil.
De allí que sea pertinente explorar con una perspectiva argentina, las lecciones a extraer de la experiencia acumulada en los veinte años de trayectoria del Mercosur. Tres por lo menos pueden resaltarse por la relevancia en su futuro.
- La primera lección es que un espacio de integración entre países vecinos se construye gradualmente. Es una construcción compleja que lleva tiempo y que no recorre una trayectoria lineal. Esta, por el contrario, suele ser muy sinuosa y experimentar continuos retrocesos. A nivel nacional, tres factores inciden en tal construcción: el flujo constante -no esporádico- de oxígeno político de alto nivel; la calidad de la definición de los intereses nacionales -nutrida en una eficaz consulta entre todos los sectores gubernamentales y sociales potencialmente afectados por los resultados del proceso de integración-, y la efectividad de las reglas de juego que se pactan -medida por su impacto en las inversiones productivas-.
A su vez, a nivel del conjunto de los países miembros, tal construcción mantiene su vigencia en la medida que en cada socio exista una percepción de ganancias mutuas y que, por lo tanto, los costos de impulsar la integración procurada, no superen los de su abandono -sin perjuicio que siempre existe la sutil opción de enviarla al carril de las irrelevancias-.
- La segunda es que tal construcción no se realiza necesariamente según un diseño previo. Es más bien un traje a la medida. Los modelos teóricos y las experiencias de otras regiones pueden ser útiles. Pero no necesariamente incidieron en las negociaciones que condujeron al Mercosur y luego, a los principales instrumentos que han pautado su desarrollo. Es una construcción que requiere, además, continua adaptación a los constantes cambios en las realidades y, en especial, mucha capacidad de compromiso, paciencia y perseverancia. Se aplica la expresión de que la integración entre países vecinos no es cuestión de "soplar y hacer botellas". El problema es que no siempre los protagonistas involucrados suelen tenerlo así de claro.
- Y la tercera lección a extraer de los veinte años de experiencia, es que el Mercosur no implica construir una alianza exclusiva y excluyente. Por el contrario, una clave de su eficacia y legitimidad social, es potenciar la capacidad de cada socio de aprovechar al máximo todas las oportunidades que detecte en el escenario global.
Pero la lección principal para la Argentina, es que la construcción del Mercosur requiere tener claro qué es lo que se quiere y se puede lograr desde una visión estratégica de largo plazo. Implica concertar constantemente dentro del país y con los protagonistas de los otros socios -y no sólo a nivel gubernamental- los respectivos intereses en juego.
Integrar países es un ejercicio continuo de tejer redes de intereses comunes. No se logra en un día ni en veinte años. Es una tarea que no tiene un producto final ni político ni económico. Y tampoco tiene un seguro contra el retroceso, el vaciamiento o el fracaso.
El autor es director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación Standard Bank, ex subsecretario de Comercio Exterior del Ministerio de Economía y miembro titular del Grupo Mercado Común del Mercosur.
La mirada brasileña - Menos romanticismo
Por Mario Marconini
El propio nombre del bloque indicaba un optimismo muy grande: "Mercado Común del Sur". El Mercosur celebró sus 20 años. No se tiene aún un "mercado común"; sí, indiscutiblemente, un proceso de integración más que económica, con sus problemas y limitaciones de orden político y económico, pero de integración al fin. La creación del bloque logró en gran medida sustituir rivalidades históricas por más comercio y cooperación.
Lo que más se escucha son reclamos. Lo más común es escuchar críticas respecto de la falta de evolución del bloque, de las disputas, de que los socios se comportan como si no lo fueran. Sin embargo, las crisis que hemos tenido en el bloque, a pesar ser importantes, siempre afectan una parte pequeña del comercio intrazona. La actual aplicación de licencias no automáticas por parte de la Argentina, por ejemplo, afecta sólo el 9,9% del valor de las exportaciones brasileñas. Los cuatro han aplicado restricciones en contra de los socios o beneficios en favor del mundo sin consultar a los socios, pero eso nunca representó mucho del comercio intrazona. El arancel externo común, aunque aplicado siempre con excepciones, sigue asegurando un grado alto de preferencia entre los socios y el comercio intra-Mercosur sigue creciendo.
Hay problemas pero también realizaciones. La crítica prevalece por tres razones básicas. En primer lugar, el Mercosur nació y vive con una alta carga de romanticismo, lo que explica de pronto el absurdo constante del Tratado de Asunción de que el Mercosur debería hacer en tres años y medio lo que a Europa le llevó 40: crear un mercado común. En 20 años, no logramos alcanzar lo que dice el Tratado de Asunción pero tampoco era razonable esperar que lo hiciéramos. Romantizamos demasiado sobre nuestro "destino común" en lugar de mirar nuestra "realidad diversa". Fracasamos por querer algo que estaba fuera de nuestras capacidades y no por no cumplir con objetivos inasequibles.
La segunda razón para tanta crítica se refiere a una voluntad de "volar solos". Cada socio en algún momento "conversó" la idea de negociar solo con terceros países. Uruguay ha hablado así y logró un acuerdo marco de comercio e inversiones con los Estados Unidos, algo que Brasil ha firmado recién con la visita de Barack Obama. El tema está de vuelta en el contexto de las negociaciones Mercosur-UE. O sea, la impresión que se tiene es que los países dicen una cosa cuando están juntos y hacen otra cuando se separan.
La tercera razón es la politización del bloque. Se privilegió crecientemente un proceso de integración que pone la política arriba de las reglas básicas de la integración. El caso de la aceptación de Venezuela, por ejemplo, es quizás el ejemplo más claro. Por razones políticas fue aceptado (aún que falte todavía la ratificación del Paraguay) como miembro pleno antes de hacer todo lo que debe hacer un país que quiera entrar plenamente en el bloque. Además, en el día a día del Mercosur se ve un consistente desacato a las reglas.
No hay que ser demasiado crítico de un proceso que se mantuvo a pesar de muchas dificultades, tanto dentro del bloque como en el resto del mundo. No hay tampoco que romantizar demasiado sobre lo que ha sido el proceso. Si hay una crisis de credibilidad con el Mercosur, esto viene de sus propios equívocos, de su falta de responsabilidad con sus propios principios. Hay que buscar una agenda factible y realista, des-romantizar el proceso y ser sincero con las limitaciones que existen. Necesitamos pragmatismo y no más de lo mismo.
El autor es director de negociaciones internacionales de la Federación de Industrias de Estado de San Pablo (Fiesp) y ex secretario de comercio de Brasil