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La integración regional necesita confianza

De FUNDACION ICBC | Biblioteca Virtual

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Félix Peña, El Cronista, 31 de agosto de 2009

¿Es posible construir un espacio geográfico regional en el que predomine la lógica de la integración sin que exista una base de confianza recíproca mínima entre los países vecinos? En base a la experiencia histórica Jean Monnet, el inspirador de la integración europea, sostenía que no. De allí que propuso un plan orientado a generar solidaridades de hecho, especialmente entre Francia y Alemania, como sustento de un clima de confianza que permitiría luego desarrollar el camino que condujo a la Unión Europea.

La pregunta es válida hoy en nuestra región, considerando los cincuenta años transcurridos desde que los países sudamericanos -más México, un convidado no previsto originalmente- iniciaran con la creación de la ALALC sus procesos de integración. Desde entonces, la trayectoria ha sido sinuosa. Lo retórico ha ganado a veces a los resultados concretos. El objetivo procurado de una región integrada y funcional a los objetivos de desarrollo de sus países sigue sin lograrse plenamente. Quien tiene que adoptar decisiones de inversión productiva en función de los mercados ampliados desconfía de las reglas que inciden en el comercio recíproco.

Todo indica que sigue vigente la idea de que la lógica de la cooperación predomine sobre la de la fragmentación. Los costos de la no integración se sabe que son altos. Pero la realidad está demostrando que llevará tiempo lograr algo similar a lo que también en cincuenta años se ha logrado en Europa.

La reciente Cumbre de la UNASUR ilustra sobre la tensión constante entre ambas lógicas, al menos en el espacio sudamericano. Gracias al acierto de su difusión en directo por la televisión, la gente pudo observar sin intermediaciones las diferencias y diversidades que caracterizan a la región y a sus gobiernos. Siguiendo el precedente de la Cumbre del Grupo de Río en Santo Domingo, se dejó de lado un concepto anticuado de diplomacia presidencial lejana al público.

La Cumbre de Bariloche fue un espejo de la realidad. Y ese es uno de sus méritos. Puso de manifiesto algunas de las múltiples fracturas existentes en América del Sur. Pero, a su vez, dejó la sensación de protagonistas que reconocen los límites que impone un denso tejido de intereses cruzados. Lo acordado puede ser considerado tímido. Pero fue lo posible y bien desarrollado podría ser un paso en la buena dirección.

Por lo demás, la Cumbre reflejó la persistencia de una voluntad colectiva dirigida a lograr que la paz y estabilidad política predominen en la región. Sin ella es difícil avanzar en una integración productiva basada en reglas que se cumplan. De ahí que se deba resaltar el acierto de una diplomacia presidencial orientada a construir gradualmente un clima más apropiado a la convivencia razonable de las múltiples diversidades existentes. El papel desempeñado esta vez por nuestro país debe ser, en tal sentido, elogiado.

La esencia de Bariloche ha sido precisamente el reconocimiento, al más alto nivel y en público, de la necesidad de construir confianza recíproca entre los países de la región. No será tarea fácil ya que las diferencias existentes son por momento muy pronunciadas y a veces tienen raíces profundas. Pero se ha dado un paso importante que consiste en reconocer que los problemas deben ser abordados a través del diálogo y con la participación de todos los países de la región. Siguiendo el precedente de la Cumbre de la Moneda, se ha enviado una señal clara sobre la disposición de una región de encarar sus propios problemas. Y para ello se ha reconocido la necesidad de verificar colectivamente aquellos hechos que pueden alimentar la lógica del conflicto e, incluso, la del combate.

Una visión optimista impone una lectura positiva de los resultados de una Cumbre que quizás permita, de traducirse luego en hechos concretos, dotar a los procesos de integración regional, cualesquiera que sean sus modalidades, de una base política más sólida para su futuro desarrollo.

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