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¿Por qué importa América Latina?

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Carlos Malamud, José Juan Ruíz, Ernesto Talvi (Eds), Real Instituto Elcano, Junio de 2023

Resumen ejecutivo

Los contactos y entrevistas con protagonistas del mundo de los think tanks, de la academia, del sector corporativo y de los gobiernos nacionales mantenidos a lo largo de los últimos seis meses por los investigadores del Real Instituto Elcano nos ha llevado a concluir que, con los necesarios matices y excepciones, la narrativa más extendida en Europa sobre América Latina tiene básicamente cuatro elementos:

1. En lo económico, la percepción ampliamente extendida es que la región ha desaprovechado una vez más sus oportunidades de saltar al desarrollo por su tendencia a registrar frecuentes y profundas crisis macroeconómicas inducidas por su insostenible combinación de sus políticas monetarias, cambiarias y fiscales.

2. En lo político, por un pobre balance en términos de estabilidad política y de calidad democrática, que se entremezcla con un poco disimulado pesimismo respecto a la regresión democrática, que muchos perciben que se está produciendo en la región como consecuencia de la polarización política, el radicalismo de los gobiernos que llegan al poder y los populismos de uno y otro signo.

3. En la geopolítica, por un cierto derrotismo que deriva de la creencia de que el fracaso económico y la volatilidad política han llevado a Europa –y a Estados Unidos– de desentenderse de la región, abriendo así la puerta a China que hoy es –o está muy cerca de serlo– la potencia hegemónica en el área.

4. Finalmente, que las empresas –particularmente las españolas–, que apostaron por la región en la última década del siglo pasado, han dejado de considerarla una región prioritaria y han vendido, o al menos ralentizado, sus inversiones en los países de América Latina, escarmentados por la destrucción de valor que para sus accionistas ha acabado comportando aquella apuesta inversora.

Este trabajo del Real Instituto Elcano expone y documenta por qué las cuatro creencias anteriores son prejuicios que no están avalados por los datos.

El informe no pretende ser un análisis convencional sobre América Latina. Nuestro objetivo es analizar con rigor y datos los anteriores relatos económico, político y geoestratégico para tratar de contribuir a que el debate se desplace desde las preconcepciones a la evidencia.

Facta non verba

No se trata de implantar un “nuevo” relato, más amable y optimista sobre la región, sino alertar a quienes están interesados en el papel estratégico, económico o político de América Latina sobre la necesidad de contrastar las narrativas que sobre ella circulan.

Si facta non verba es casi siempre un buen lema para entender al mundo, en el caso de América Latina es un prerrequisito para tener una visión equilibrada de la única región emergente que trata de converger al desarrollo desde la democracia. Nuestra contribución es mostrar que, en América Latina, los datos matan el relato.

¿Es América Latina un desastre político?

El relato dominante sugiere que el estancamiento económico de la última década llevó a un desencanto con la democracia, una desafección con los partidos establecidos y con la élite política tradicional, a frecuentes movilizaciones de protesta, al voto de castigo, a la fragmentación y polarización del sistema político, y a una frágil gobernabilidad.

Esta es una visión parcial y sesgada que cuando los sucesos políticos de América Latina se insertan en el contexto de las tendencias globales, a lo que realmente apunta es a que el continente no es una excepción. Además, en la dinámica política de la región hay elementos cíclicos, asociados al ciclo económico, sin vocación de permanencia.

La evidencia lo que muestra es que la democracia se ha consolidado en prácticamente toda la región y a que una generación entera de latinoamericanos ha crecido viendo en las elecciones el único modo legítimo de elegir un gobierno. En desarrollo democrático, y respeto por los derechos humanos, América Latina ocupa el primer puesto entre las regiones emergentes.

El apoyo a la democracia como régimen político sigue siendo ampliamente mayoritario respecto a otras alternativas. Un 67% de los ciudadanos latinoamericanos cree que “la democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema de gobierno”. Y aunque las propuestas políticas alternativas a las tradicionales, a izquierda y derecha, radicalizan la oferta política, no se observan cambios en la autopercepción ideológica del electorado que se mantiene anclada en el centro: un 68% de los latinoamericanos se autodefinen como de centro, centro izquierda o centro derecha.

Estos cuatro elementos –naturaleza global de los retrocesos políticos, prevalencia de la democracia, un núcleo duro y mayoritario de apoyo a la democracia y de votantes autoidentificados con el centro– sugieren que los retrocesos de los últimos años son más coyunturales que estructurales y podrían revertirse si se producen cambios en el contexto global o si la economía de la región retoma el crecimiento.

En lo que concierne al Estado de derecho, América Latina no se diferencia de las demás regiones emergentes. Si se excluye a los países de la región que son dictaduras –en particular Cuba, Venezuela y Nicaragua– o autocracias, América Latina se ubica en el tercio del mundo con mayor respeto al Estado de derecho.

¿Es América Latina un fracaso económico?

Los progresos en la gestión macroeconómica de los últimos 20 años han sido muy importantes y un grupo considerable de países de América Latina ha logrado resultados macroeconómicos notables.

Toda una generación latinoamericana ha crecido con una inflación baja y relativamente estable, unas finanzas públicas razonablemente saneadas y una regulación y supervisión del sistema bancario que ha conseguido que la región cuente hoy con sistemas financieros sólidos.

El logro más emblemático posiblemente sea la reducción de la frecuencia de las crisis de balanza de pagos, de deuda y financieras: de un promedio cuatro al año desde mediados de la década de los 70 hasta principios de los 2000, se ha pasado a menos de una crisis al año desde entonces.

Como consecuencia de esta mayor estabilidad macroeconómica, América Latina pasó de ser protagonista –una de cada tres crisis globales tuvo lugar en la región entre 1974 y 2003– a ser actor de reparto: sólo una de cada seis crisis globales se produjo en América Latina.

Es cierto que América Latina no ha conseguido en estas primeras dos décadas del siglo XXI avances significativos en el proceso de convergencia a los niveles de renta per cápita de los países desarrollados.

Pero tampoco lo han hecho la mayoría de los países emergentes.

En los casi tres cuartos de siglo que van desde 1945 a 2018, el salto a esos niveles de renta per cápita de los países desarrollados[1] sólo lo han conseguido 30 países: cuatro exportadores de petróleo (Arabia Saudí, Guinea Ecuatorial, Omán y Bahréin), dos países con un fuerte sector turístico (Seychelles y Mauricio), dos potencias europeas históricas destruidas en 1945 tras la Segunda Guerra Mundial (Francia e Italia), Israel, seis tigres asiáticos (Japón, Corea, Taiwán, Singapur, Malasia y Hong Kong), 14 países europeos (entre ellos España, Portugal y Grecia), más Puerto Rico y Panamá.

En el mismo periodo, 11 países que en 1945 estaban en el grupo de los niveles de renta ya no lo estaban en 2018. De ellos, nueve eran exrepúblicas soviéticas y dos eran latinoamericanos: Argentina y Venezuela.

Los datos lo que nos dicen es que saltar a un nivel de renta asociado al desarrollo no es frecuente, salvo que se tomen atajos vinculados, básicamente, a la explotación de recursos naturales, a una industria naciente como el turismo o a una recuperación intensa tras un shock históricamente anómalo. Esa es la razón que subyace tras el dato de que, para el conjunto de la economía mundial, el nivel de renta de 1945 explica el 70% del nivel en 2018. La convergencia con los niveles de renta per cápita de los países ricos, en la reciente historia económica mundial, es más una aspiración que un objetivo realista de política económica.

Además del retroceso de Venezuela y Argentina, es evidente que las economías latinoamericanas han crecido poco en términos relativos: 11 países (más de la mitad) se han alejado de la frontera de la convergencia real con los países desarrollados y sólo siete (Colombia, Ecuador, México, Costa Rica, Brasil, Panamá y República Dominicana, ordenados de menor a mayor acercamiento) han reducido esa brecha de renta per cápita.

Por eso, el desafío de América Latina sigue pasando por reactivar el crecimiento y no sólo porque será un mayor crecimiento el que hará posible la convergencia sino, fundamentalmente, porque su ausencia llevará inevitablemente a una puja redistributiva que creará otros problemas y será caldo de cultivo para la tensión social.

Nuestra esperanza radica en que los avances políticos, económicos y sociales constatables –despreciados o silenciados por el relato tradicional– han sentado las bases necesarias para un crecimiento inclusivo y sostenible.

¿La UE (y EEUU) han abandonado América Latina?

Existe una percepción generalizada de que la UE y EEUU se han desentendido de América Latina, y que, al dejar un vacío, China ha ocupado el espacio y ahora es el jugador dominante en la región.

Los datos no corroboran este sesgo de percepción.

Para comenzar, México y América Central –que en todas las dimensiones no sólo las económicas, comerciales y de inversión, sino también en relación con los vínculos militares (compra de armas) y vínculos humanos (migrantes, turistas y estudiantes)– están indisolublemente ligados a EEUU.

La realidad de América del Sur es distinta. Pero no porque China desempeñe un papel dominante –de hecho, su papel queda limitado estrictamente al plano comercial como comprador de recursos naturales y productos primarios y vendedor de productos manufacturados– sino porque América del Sur es mucho “más europea”.

La UE –a diferencia de China– es un importante mercado de destino de las exportaciones de productos de alta tecnología de América del Sur y, de lejos, el mayor inversor en la región (20 veces mayor que China). La UE también es el mayor proveedor de equipamiento militar y el destino preferido de turistas, estudiantes y migrantes de América del Sur.

¿Se han retirado las empresas españolas de América Latina?

El relato habitual es que las empresas españolas aprovecharon la apertura externa y la reestructuración económica de América Latina tras la Década Perdida. Apalancándose en las estrechas relaciones culturales e históricas y el acceso a la financiación internacional abundante y barata que produjo la entrada de España a la Comunidad Económica Europea, supieron internacionalizarse e insertarse en las cadenas globales de valor.

La crisis de la convertibilidad argentina recordó a los empresarios que invertir en países emergentes conllevaba riesgos significativos y condujo a una pérdida de protagonismo de América Latina en favor de los países más desarrollados.

El argumento central de este relato es que la volatilidad y baja rentabilidad de las inversiones iniciales, junto a la inseguridad jurídica y el pobre crecimiento económico, disuadieron a los empresarios de seguir aumentando su exposición en una región en donde es difícil generar valor para los accionistas.

Los datos no corroboran la hipótesis de la retirada de la inversión española en América Latina tras las crisis de 2001-2003.

Ocurrió lo contrario: entre 2007 y 2020, por cada 100 euros invertidos, 30 fueron a América Latina y 55 a EEUU y otros países desarrollados no comunitarios. La UE sólo captó un 4% de la inversión extranjera directa (IED) neta española.

La evidencia tampoco corrobora la creencia de que en los países que crecen poco y sufren intensos y frecuentes desequilibrios macro-financieros se destruye sistemáticamente valor para los accionistas de las empresas inversoras. La comparación entre la rentabilidad bruta sobre la inversión y el coste de capital apunta a que la inversión española, en América Latina ha creado en promedio valor –un 4,8% sobre el capital invertido– frente al 3,5% que ha conseguido con sus inversiones en los países desarrollados.

El equívoco sobre la secuencia del proceso de internacionalización –primero América Latina, luego los desarrollados– y el énfasis en la perdida de interés de las empresas españolas en la región –algo que no ha ocurrido– probablemente tiene que ver con uno de los más interesantes rasgos de la segunda fase de la internacionalización de la inversión española: si la primera fase estuvo basada en grandes adquisiciones y participaciones en subastas en las que se privatizaron las empresas públicas de la región, la segunda ha estado basada en la reinversión de las utilidades generadas por las primeras adquisiciones.

Es decir, los empresarios españoles han honrado su palabra de ser “inversores de largo plazo” y han destinado a la reinversión buena parte –si no todos– los beneficios obtenidos.

La Presidencia española

La presidencia española de la UE es una nueva ventana de oportunidad –como en 2002 y 2010– para convertir los vínculos entre la UE y América Latina en una verdadera alianza estratégica.

Los incentivos para ambas partes existen. La invasión rusa ha llevado a reformular las alianzas. El ascenso de China y otras potencias agresivas como Rusia alteran los equilibrios internacionales, dando lugar a un nuevo escenario geopolítico.

Este replanteamiento de sus alianzas conduce a Europa a mirar hacia América Latina como un socio clave para proyectar su liderazgo internacional y diseñar un mundo basado en el multilateralismo, los valores democráticos y el desarrollo sostenible social y medioambiental, además de un suministrador confiable de materias primas estratégicas.

Ello requerirá de enormes dosis de voluntad política por ambas partes, una apuesta por la continuidad y profundización del vínculo y, sobre todo, la decidida institucionalización de la relación para que ésta no dependa más de “alineamiento de astros” o presidencias españolas, sino que camine de forma autónoma, con respaldo financiero y comunitario, y un compromiso birregional.

La dimensión institucional y política

Los nuevos vínculos deberían combinar de forma flexible lo birregional y lo bilateral.

La idea sería conformar un bloque UE-CELAC que actúe coordinadamente en el escenario internacional, pero al mismo tiempo se debería potenciar la relación con ciertos actores regionales.

Para maximizar los resultados de los esfuerzos diplomáticos es necesario que, simultáneamente a las cumbres con la CELAC, se haga una fuerte apuesta bilateral por aquellos países que destaquen por su potencial internacional (los tres miembros del G20: Brasil, México y Argentina), su relevancia regional (Chile, Uruguay, Perú, Colombia) o su interés en reforzar los lazos con la UE.

La intensificación reciente de la presencia de autoridades comunitarias y representantes de los gobiernos europeos es una buena señal en el sentido correcto.

Un Consejo de Comercio y Tecnología (CCT) UE-América Latina

Diseñado como un foro bilateral de alto nivel, un Consejo de Comercio y Tecnología UE-ALC (CCT/UE-ALC), ejecutivo, pragmático y orientando a resultados, sería un excelente punto de partida y una plataforma única para organizar la relación bilateral UE-América Latina y la búsqueda de acuerdos estratégicos para los desafíos globales.

El espíritu del CCT/UE-ALC sería similar al existente entre la UE y EEUU y la UE y la India. Se trata de coordinar y colaborar en un amplio abanico de temas como seguridad energética, seguridad alimentaria e hídrica, gobernanza digital y conectividad, cadenas de suministro, tecnologías de energía limpia y ecológica, migración, crimen y terrorismo transnacional.

Un CCT marcaría un hito muy importante en las relaciones UE-ALC y las llevaría a un nuevo nivel más elevado. Se trata de un mecanismo vital para que ambas regiones ahonden en su compromiso estratégico.

Una apuesta estratégica de primer orden: el acuerdo UE-Mercosur

La ratificación del acuerdo UE-Mercosur no es un fin en sí mismo sino el punto de partida para un proyecto más ambicioso que servirá a los intereses estratégicos y económicos de la UE y América Latina.

Si el acuerdo UE-Mercosur llega a buen puerto, la UE tendrá acuerdos con un 94% del PIB de América Latina, comparado con un 44% de EEUU y 14% de China. Se trataría de un logro nada desdeñable, ya que la UE sería la potencia mundial con una mayor presencia y vínculos más profundos con la región.

El acuerdo UE-Mercosur sería además el trampolín para una integración UE- América Latina más ambiciosa y profunda y la vía para impulsar una integración intrarregional en América Latina, un objetivo que ha sido esquivo desde hace décadas.

Vislumbramos un enfoque muy pragmático que consiste en interconectar la red de los tratados comerciales de la UE con América Latina, por ejemplo, a través de la acumulación cruzada de normas de origen de los distintos acuerdos, la armonización de estándares, de los procesos regulatorios, de la normativa sobre comercio digital y de los procedimientos aduaneros, que permitan una mayor circulación transfronteriza de bienes, servicios e inversiones.

Una integración en la que se armonicen entre sí los acuerdos que los países de América Latina tienen con la UE daría lugar a un espacio económico inmenso: 1.100 millones de personas con un PIB total superior a 22 billones de dólares, similar al de la economía estadounidense.

El impacto económico sería enorme. Sólo en la dimensión comercial, los flujos de comercio entre la UE y el América Latina aumentarían un 70% y el comercio intrarregional en América Latina un 40%, con efectos adversos muy limitados sobre el comercio con otras regiones geográficas.

Si una asociación de este tipo acabara cuajando, podría haber enormes beneficios mutuos.

Las economías de la UE y América Latina se complementan entre sí. América Latina posee abundantes recursos energéticos y minerales, sol, viento, agua y tierra fértil, la capacidad de producir energía limpia, abundante y barata, y alimentos ecológicos a gran escala. La UE puede aportar a la región el capital, la tecnología de vanguardia y el know-how indispensables para el desarrollo de América Latina.

El acuerdo UE-Mercosur es una oportunidad trascendental para que ambas regiones ahonden en su cooperación y compromiso. La ocasión es propicia y el momento es ahora.

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