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Ha regresado una vez más la política industrial

De FUNDACION ICBC | Biblioteca Virtual

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Dani Rodrik, LA NACION, 18 de abril de 2010

CAMBRIDGE, EE.UU.- El primer ministro británico, Gordon Brown, la promueve como medio para crear empleos especializados; el presidente francés, Nicolas Sarkozy, habla de utilizarla para mantener empleos industriales; el economista jefe del Banco Mundial, Justin Lin, dice que puede acelerar el cambio estructural en las naciones en desarrollo. McKinsey asesora a los gobiernos sobre cómo hacerlo correctamente. La política industrial está de vuelta. Es más: nunca pasó de moda.

Los economistas entusiastas del Consenso de Washington pueden haberla descartado, pero las economías de éxito siempre confiaron en las políticas estatales que fomentan el crecimiento acelerando la transformación estructural.

China es un ejemplo. Sus proezas manufactureras se deben, en parte, a la ayuda pública a las nuevas industrias. Las prescripciones relativas al contenido local han originado la aparición de industrias productivas proveedoras de productos para los sectores del automóvil y de la electrónica. Unos generosos incentivos de la exportación ayudaron a las empresas a introducirse en los mercados mundiales.

Chile es otro ejemplo. El Estado desempeñó un papel decisivo en el desarrollo de las nuevas exportaciones importantes que produce el país. Las uvas chilenas se introdujeron en los mercados mundiales gracias a actividades de investigación e innovación que contaban con financiación pública. Los productos de la silvicultura tuvieron fuertes subvenciones de no otro que de Augusto Pinochet y la industria del salmón es creación de la Fundación Chile, fondo de capital de riesgo casi público.

Pero, en materia de política industrial, los Estados Unidos son los que se llevan la palma. Los Estados Unidos deben gran parte de sus proezas innovadoras al apoyo gubernamental. Como explica el profesor de la Facultad de Administración de Empresas de Harvard Josh Lerner en su libro Bulevar de sueños defraudados , los contratos del Departamento de Defensa de los EE.UU. desempeñaron un papel decisivo en la aceleración de Silicon Valley en sus primeros tiempos.

Tampoco la aceptación de la política industrial por parte de los Estados Unidos es sólo un asunto de interés histórico. En la actualidad, el gobierno de los EE.UU. es el mayor capitalista de riesgo del mundo. Según The Wall Street Journal, tan sólo el Departamento de Energía se propone gastar US$ 40.000 millones en préstamos y subvenciones para alentar a las empresas privadas a desarrollar tecnologías verdes. Durante los tres primeros trimestres de 2009, las empresas de capital de riesgo privadas invirtieron menos de 3000 millones en total en ese sector; el Departamento de Energía invirtió 13.000 millones de dólares.

La verdadera cuestión en materia de política industrial no es la de si se debe aplicar, sino cómo. Veamos tres principios importantes que conviene tener presentes. En primer lugar, la política industrial es un estado de ánimo más que una lista de políticas concretas. Los que la aplican con éxito entienden que es más importante crear un clima de colaboración entre el Gobierno y el sector privado que facilitar incentivos financieros.

En segundo lugar, la política industrial debe recurrir tanto a las zanahorias como a los palos. Dados sus riesgos y el desfase entre sus beneficios sociales y privados, la innovación requiere rentas: rendimientos superiores a los que brindan los mercados competitivos. Esa es la razón por la que todos los países tienen un sistema de patentes, pero los incentivos permanentes tienen sus costos: pueden aumentar los precios al consumo y acumular recursos en actividades improductivas.

En tercer lugar, quienes aplican la política industrial deben tener presente que va encaminada a servir a la sociedad en general, no a los burócratas que la administran ni a las empresas que reciben incentivos. Como protección contra el abuso y la acaparación, se debe aplicar la política industrial de forma transparente y responsable, y sus procesos deben admitir nuevos concurrentes, además de los establecidos.

La acusación habitual contra la política industrial es que los gobiernos no pueden saber quiénes triunfarán. Claro que no pueden, pero eso carece, en gran medida, de importancia. Lo que determina el éxito en materia de política industrial no es la capacidad para reconocer a los triunfadores, sino la capacidad para abandonar a los perdedores, requisito mucho menos exigente. La incertidumbre garantiza que incluso políticas óptimas provoquen errores. La cuestión es que los gobiernos reconozcan esos errores y retiren su apoyo antes de que resulten demasiado costosos.

Thomas Watson, el fundador de IBM, dijo en cierta ocasión: "Si quieres triunfar, aumenta tu tasa de errores". Un gobierno que no comete errores al fomentar la industria es el que comete el error mayor de no esforzarse lo suficiente haciendo intentos.


© Project Syndicate 1995-2010. El autor es profesor de Economía Política de la Universidad de Harvard

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